Música Ficta: músicas viajeras – sonidos y ecos de las tres culturas

 

 

Música Ficta

Músicas Viajeras (Tres Culturas)

Sonidos y ecos de la tres culturas

 

Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo

Viernes 8 de febrero de 2013, 20:00

Sábado 9 de febrero de 2013, 20:00

 

 

Cuando el Rey Nimrod – Tradicional sefardí

Naua atar – Maqam-nakriz

Por unos puertos arriba (romance) – Cancionero de Palacio

La rosa enflorece – Tradicional sefardí

 

ENCUENTROS

Pange Lingua – Canto mozárabe

Poco le das, la mi consuegra – Tradicional sefardí

Cantigas 156 y 181 – Alfonso X El Sabio

 

AÑO 1492

2 DE ENERO: CONQUISTA DE GRANADA

Ziryab – Tasquim

Propiñan el mayor – Cancionero de la Colombina

Qué es de ti desconsolado, Levanta Pascual – Juan del Enzina

 

31 DE MARZO: LA EXPULSIÓN DE LOS JUDÍOS

Por qué llorax blanca niña  – Tradicional sefardí

 

12 DE OCTUBRE: CONQUISTA DE AMÉRICA. LA PUERTA DEL NUEVO MUNDO

Ayo visto lo mapamundo – Anónimo

Hanacpachap cussicuinin – Himno en nahuatl

 

REENCUENTROS

Bereber – Secuencia bereber

Maria Matrem – Llibre Vermell de Montserrat

Recercada – Diego Ortiz

 

Soberana María – Anónimo

La mañana de San Juan – Diego Pisador

 

Durme, durme (nana) – Tradicional sefardí

 

Instrumental otomana

Yo m’enamorí d’un aire – Tradicional sefardí

La Chacona – Juan Arañés

 

Notas al programa

Al territorio llamado iberia o hesperia lo han habitado gentes provenientes de muchos lugares. Los rastros dibujados en cuevas como la de Altamira dan cuenta de una presencia muy antigua. También llegarían fenicios, mauritanos, cartagineses, griegos y romanos y, desde el norte, celtas y visigodos, sin contar a los siempre presentes vascos. Se sabe que los gitanos andan por esas tierras antes de que aparecieran los Reyes Católicos y que los portugueses lograron distinguirse de sus hermanos españoles, a pesar de ser tan similares. Algunos catalanes mantienen vivo el recuerdo de la independencia que los vinculaba a la Provenza franco-italiana.

Los pueblos han pasado por allí dejando su marca en una mezcla de sangres que recorren en proporciones variadas las venas de sus habitantes y la de los pobladores de regiones más allá de los mares, por donde este pueblo mixto y mixturante también viajó a guerrear, como lo hicieron otros o ellos mismos en su tierra. Documentos del siglo IV revelan la presencia de comunidades judías influyentes, lo que daría una cuenta de once siglos en tierras peninsulares, hasta la Expulsión en 1492.

Los fieles de Mahoma pusieron pie en tierra en el sur de la península ibérica en el siglo VIII y fueron hacia el norte, sin distinguir a España de Portugal, hasta donde quisieron o hasta donde se los permitió el reino de León. Se quedaron en su hogar durante ocho siglos. Si la larga historia de convivencia no estuvo exenta de choques, como lo narra el Cantar de Mío Cid, fueron en cambio muchos los siglos de cohabitación que dejaron pruebas de entendimiento.

Casi dos tercios de la península, de sur a norte, llegaron a estar bajo dominio de los musulmanes, primero en el emirato y más tarde en el califato de Córdoba, en una región tan vasta que se llamó Al-Ándalus y con tantos cristianos convertidos al Islam, que se les aplicaba el nombre de muladíes. Hasta allí llegó Abu l-Hasan Ali ibn Nafi llamado Ziryab, el Ave de Negro Plumaje o el Mirlo, descendiente de africanos y renombrado cantante de voz dulce y melodiosa que nació en Persia alrededor de 790 y murió en Córdoba cerca de 860. Se dice que en la corte del emirato cordobés las costumbres se refinaron bajo su influencia, lo que implicó una mejora en los ingredientes de la cocina y en los procedimientos de la cocción, así como en los patrones de las composiciones poéticas y musicales y en las exigencias para una buena práctica improvisatoria. Se afirma que hay mucho de su legado en las diversas formas de ejecutar el úd y los instrumentos relacionados, como el laúd, la vihuela de mano, las guitarras y otros.

En el siglo XIII, el rey de Castilla Alfonso X llamado El Sabio juntó en su corte a los sabios de todas las disciplinas, cristianos, moros y judíos, gallegos y franceses y dejó un legado de leyes, de poesía y de música, entre otras influencias perdurables. Entre los músicos hubo musulmanes y judíos que colaboraron en la conformación de una extensa colección de poesía y música a la Virgen María – con algún precedente en la Fátima de los musulmanes – conocida como las Cantigas de Santa María. Son poemas para ser recitados o cantados al son de instrumentos variados.

Los judíos españoles, llamados sefarditas por ser habitantes de Sefarad, el nombre que le daban a la Península, se valió de su alfabeto, similar al árabe, para escribir el ladino, un idioma que todavía puede leerse en la grafía hebraica pero que suena como el español de la época de los libros de caballería. En ladino quedaron romances que las mujeres sefarditas conservaron hasta nuestros días, con o sin acompañamiento instrumental, con o sin danza.

En Galicia, la esquina noroeste de la península y punto más alejado de la influencia musulmano-judía, arraigó la historia del entierro del  apóstol Santiago, llamado matamoros. De allí arrancó una avanzada de ocho siglos de guerra con el nombre de Reconquista, que culminó en el decreto de expulsión de moros y judíos que no se convirtieron para 1492 cuando gobernaban los Reyes Católicos. Ahí arraigaron las  distinciones de casta entre cristianos viejos y nuevos, las prácticas secretas de judaísmo bajo la denominación poco honrosa de marranismo y en la Inquisición para purgar al reino y luego al imperio de judíos y judaizantes, de moros o de protestantes, de brujas, de indios paganos, de negras y negros hechiceros. Los peninsulares cruzaron el mar y en las naves llegaron franciscanos, dominicos, agustinos, jesuitas y cuantas hermandades había, cada una con su idea de cómo hacer la cosas, según las reglas de su orden. Cargaron consigo libros de música, instrumentos musicales, herramientas para trazar violines, órganos, pueblos, iglesias y misiones adonde reducir en haciendas a los indios dispersos. Después forzaron al trabajo esclavo a africanos venidos de muchos lugares, revueltos sin consideración a su lengua, su religión, sus hábitos alimenticios, su concepción de la vida o de la música.

Los árabes cristianos practicaron el rito hispánico dejando la liturgia musical mozárabe. Los catalanes recogieron en el siglo XIV un Llibre Vermell en el monasterio de Montserrat, una recopilación de himnos marianos bajo las tapas de cuero teñido de rojo, cantos polifónicos en latín y en idiomas de la familia del provenzal. En el siglo XV, mientras gobernaban los Reyes Católicos, se recogió una colección de canciones que más tarde compró un hijo de Colón y se conoce como el Cancionero de la Colombina. Bajo el amparo de los reyes, se recogió otra colección que lleva el nombre de Cancionero de Palacio. Más tarde se recolectó el Cancionero de Turín, deteriorado mamotreto consignado en la biblioteca de esa ciudad italiana.

De ese tiempo data el polifonista y poeta Juan del Enzina – se fecha su muerte en 1529 – varios de cuyos poemas están recopilados en el Cancionero de Palacio. Sus obras tienen alguna influencia judeo-morisca, pero es claro que se trata de un compositor castellano y eso lo distingue. Por ahí, por 1560 pudo haber muerto el compositor Diego Pisador que publicó un libro de música para vihuela dedicado a Felipe II. Es también autor de música para la misa.

Tras los talones de Cortés, llegaron a México frailes españoles, de Flandes, alemanes y de otras latitudes. Muchos de ellos tenían una educación que solo un puñado de europeos adquiría. No era solo que supieran leer y escribir, sino que conocían de matemáticas, astronomía, geometría, medicina, retórica, arquitectura y música. Diseñaron iglesias, pueblos y misiones e incluso trajeron consigo los primeros libros de música polifónica con los que se inició la práctica en este lado del océano. En náhuatl, hoy uno de los idiomas oficiales en México que se practica también en Mesoamérica por cerca de dos millones de personas, se escribieron obras polifónicas para el uso litúrgico católico. Otro tanto se haría en guaraní y en quechua. A los indígenas no les resultó difícil cantar la polifonía europea y menos con el aliciente de que dedicarse a la práctica musical como trabajo religioso los eximía o les reducía las obligaciones tributarias de la encomienda.

Diego Ortiz – posiblemente muerto en 1570 – dejó dos obras publicadas que son tratados de teoría musical y colecciones de piezas de música. Uno contiene obras polifónicas religiosas y el otro, música para viola de gamba e instrumentos de teclado.

Hacia el final del renacimiento y alboreando el barroco, aparecen las obras del catalán Juan Arañés, muerto en 1649. Cervantes mencionó una Indiana amulatada, para referirse a la chacona, en una de sus novelas ejemplares y la descripción se corresponde con Un sarao de la chacona de Arañés, publicada en 1624. Esta chacona se conoce también como La vida bona. Al parecer la chacona es una danza alocada, un poco hechicera y visitada por el demonio, que surgió en territorio colonial americano, bajo la mutua influencia de la música de indios y de negros. Los españoles se habrían dado a los festines desbordados que provocaban las chaconas y las habrían llevado consigo a la península en donde, para preservar la moral, se prohibió esa danza desenfrenada. Estilizada y depurada de su contenido diabólico, muchos compositores, peninsulares o no, escribieron chaconas.

Las mutuas influencias musicales no han cesado. Así, la más típica de las músicas de Lisboa, el melancólico fado, resultó de la influencia de la música norafricana en la de Portugal. La caja flamenca es un instrumento de percusión que surgió y se usa con el nombre de cajón peruano o simplemente cajón.

 

Las notas realizadas por Ricardo Rozental para los programas de mano se elaboran por solicitud del Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo a quien pertenecen la totalidad de los derechos patrimoniales: www.teatromayor.org