Dos mexicanas, vivos

 

 

No hay error en el título

Es a propósito y se va a explicar. Esta vez les invito a escuchar, una tras otra, dos obras de compositores mexicanos. Se trata del segundo cuarteto de cuerdas de Mario Lavista (Ciudad de México, 1943) titulado «Reflejos de la noche» (1984) y de Eduardo Caballero (Monterrey, Nuevo León, 1976) el trío para violín, chelo y piano «Entre el eco sordo del agua» (2018).

Las dos obras evocan unas pocas coincidencias superficiales que me impulsan a proponerles que las escuchen una tras otra. Hacerlo toma menos de media hora. Y volverán a ellas con seguridad.

El cuarteto de Lavista, «Reflejos de la noche», es una pieza sobre la que ha escrito la musicóloga mexicana Ana Alonso Minutti, maestra en la Universidad de Nuevo México, como lo ha hecho sobre mucha de la obra de Lavista de quien ella es estudiosa, conocedora y ha contribuido a discernir gracias a sus numerosos y agradables textos. De hecho, con precisión y sin la aridez que a veces demandan las publicaciones académicas, las notas al CD con los seis cuartetos de Lavista que publicó el sello inglés Toccata Classics en 2009 son de ella. Al lado de apuntes biográficos sobre el compositor se adentra en cada uno de los cuartetos, con la limitación de espacio relativa a ese propósito, al tiempo que detalla algunos aspectos de la estrecha colaboración entre el Cuarteto Latinoamericano de México y el compositor. Todos los cuartetos en el CD fueron interpretados por el Latinoamericano, así que la grabación cumple un variado propósito monográfico sobre el compositor y este intérprete y resalta el importante diálogo entre uno y otro.

Para este 2020 el cuarteto de Lavista cumple treinta y seis años de haber sido compuesto mientras que el trío de Caballero es tan nuevo que apenas está por conmemorar dos años de haber sido estrenado por el Trío Siqueiros, también de Monterrey, agrupación que comisionó la obra y la presentó al público en octubre de 2018 en Monterrey y en Ciudad de México.

 

Coincidencias en la superficie

Decía que encuentro algunas coincidencias superficiales y muchas diferencias, algunas tanto en la sustancia de la música como en factores ambientales que no deben pasarse por alto al momento de considerar las producciones como dependientes de su tiempo al igual que por sus situaciones de lugar e historia.

Que Lavista sea de CDMX y Caballero de Monterrey trae de inmediato las primeras coincidencias y diferencias: son obras de dos compositores mexicanos vivos  con quienes se puede interactuar, están activos produciendo, son nuestros contemporáneos con quienes compartimos múltiples circunstancias comunes, a quienes podemos seguir en buena parte de su producción e inquietudes actuales porque su trabajo compositivo, sus intervenciones públicas, la participación en eventos y foros académicos está abierta, junto a otras más. Sí, ambos son mexicanos, pero están ubicados en ciudades con rivalidades entre sus élites de la producción económica que se han reflejado en acciones políticas diferenciadoras. Los aventajados del dinero de CDMX y los de Monterrey se disputan alguna primacía y proyectan esto, como ocurre en tantos o en todos los países de Latinoamérica, cada uno con su par de ciudades rivales por sus capitales económicos competidores, las proyectan, digo, sobre la población que no tiene nada que ganar en esto pero a la que llevan de las mechas a enfrentarse con sus iguales inventando diferencias donde en realidad hay identidades. No digo que en estas obras esas diferencias geográficas se puedan identificar, que se puedan escuchar, lo que sostengo es que vale tenerlas en mente para pensar este ruedo en que se inscriben las vidas diarias de los compositores, los intérpretes, las salas donde se presentan las obras, las instituciones que apoyan y facilitan la creación y presentación de la música. Una vaguedad difícil de esclarecer.

 

Con base en armónicos

Las dos son piezas de cámara y resaltan un aspecto sobresaliente de este género como es su carácter íntimo, su concentrado foco emocional, su reclamo de una escucha absolutamente silenciosa y entregada para el público, la invitación a permitirse la entrada a la música sin reacción inmediata, la paciencia para que decante, para que cada uno elabore en sí y sobre sí un juicio estético que en este caso deja ganador a todo el que las oye. El cuarteto de Lavista ha sido presentado en numerosas oportunidades por el Latinoamericano, dentro y fuera de México, aunque no es el único cuarteto de cuerdas que lo toca como quiera que es el que se ejecuta con más frecuencia de todos los seis compuestos hasta ahora. Estas dos piezas destacan por el requisito esencial de ejecución de armónicos. La totalidad del cuarteto de Lavista está escrita para ser tocada solamente con los armónicos en los cuatro instrumentos de arco, es decir, evitando las notas fundamentales, que son las que estamos acostumbrados a escuchar enriquecidas por esas fracciones vibratorias de las notas que son los armónicos que embellecen y llenan, los que le dan toque distintivo a la cuerda, la nota, el instrumento. Lavista eludió las notas fundamentales y dejó solamente ese relleno armónico, la decoración, el embellecimiento verificable por mediciones físicas y relaciones matemáticas. Lo hizo así para resaltar el verso del poeta mexicano Xavier Villaurrutia que asoció a la obra titulada «Reflejos de la noche».

El trío de Caballero, «Entre el eco sordo del agua», les confiere una demanda similar a las cuerdas, violín y chelo y, allí donde le resulta posible intentarlo, en las limitadas posibilidades del piano para emitir solamente armónicos. El trío no solo emplea armónicos, pero lo prevalente de su aparición me llevó pensar en Reflejos de Lavista.

Escuché la grabación en video con el Trío Siqueiros que difundió Eduardo Caballero y me evocó inmediatamente el cuarteto de Lavista, por la común invocación a una sensación inasible, como de suspensión, de percibir nuestro reflejo en la oscuridad de la noche, imagen ya poética y paradójica, tanto como la de escuchar un eco entre el agua. En la vena de una denominación centrada entre 1850 y 1950 que acuñó el término determinista y equivocado de «música absoluta», estas piezas confirman ser absolutos sonoros porque están precedidos de palabras que nos determinan en la escucha. «Reflejos de la noche» y el texto de Villaurrutia o «Entre el eco sordo del agua» predisponen a una escucha atenta que busca alguna realización de las palabras en el sonido, valga decir, que disparan la imaginación, la destreza de asociaciones de cada uno o, como quien dice, nos ubican en una situación creativa, de poética propia en cada uno. No encuentro una melodía que recordar ni un decurso narrativo finalístico que lleve hacia la conclusión de la obra como culminación de unos planteamientos esbozados desde la apertura. También esto aviva en mí la sensación de suspensión ya sea entre el agua o bien en el difícil reflejo nocturno en el espejo del poeta.

Hago referencia a mis propias sensaciones que pueden diferir de las de los compositores, sus intérpretes y el resto del público. Estas encierran algún tipo de valoración pero están lejos de ser un juicio o un análisis.

El cuarteto se ejecuta en diez minutos y el trío en diecisiete que en ambas piezas se van al vuelo por ese efecto de tiempo en suspenso que ocurre mientras la obra va. Son piezas que quitan la respiración, que devuelven el aire más lleno, más presente, más vital cuando acaba la ejecución o la escucha de la grabación.

 

En tanto se abran las salas

Claro que hay limitantes de peso en este 2020 que afectan a las dos obras más que a la mayoría de la música: reproducir las grabaciones mediatiza al intérprete y su sonido y les resta posibilidades de acción que tendrían en la acústica de una sala de conciertos, les restringe su acción a la calidad de las condiciones de grabación, a las limitaciones de algún formato de soporte con sus elevados factores de compresión y los algoritmos sicoacústicos destinados a reducir el peso de los archivos, a la calidad de la conexión, de las bocinas, parlantes o los audífonos que usamos. Mientras no haya vuelta a las salas de concierto estas piezas serán un reflejo de lo que pueden ser, un eco sordo bajo el agua, si se me permite la comparación demasiado literal.

Entre las diferencias, obvias, muy obvias algunas, menciono estas pocas ya de pasada para que procedan a escuchar las obras: el cuarteto de cuerdas, como conformación, es una agrupación contrastante y homogénea mientras que el trío con piano reta a compositores e intérpretes por la disparidad en choque entre el piano y las cuerdas, como si estuviera ubicado en los límites de lo musicalmente razonable y, sin embargo, ofrece un repertorio de obras preciosas. Aunque en general el volumen sonoro requerido para ambas piezas es reducido, Caballero no desaprovecha las posibilidades del piano para incrementar ese rango dinámico con una sutileza que invita a la sorpresa. También pone al piano una demanda que, a mi parecer, es superior porque le pide que toque muy quedito: ese maravilloso mueble musical, masivo en su presencia corporal frente al que su ejecutante se ve empequeñecido debe equipararse en el sonido al violín y chelo, como si en su naturaleza estuviera presentarse mínimo y sin peso. El trío de Caballero hace un importante uso de silencios, de arcos raspados sobre las cuerdas, de fricción a la altura del puente, de arpegios que el pianista debe hacer directamente sobre las cuerdas del piano, como también a unos pocos pellizcos de cuerdas y a eventuales breves dinámicas ligeramente más potentes que las que usuales en toda la obra.

Cada una de estas obras está marcada por secciones bien caracterizadas y que acentúan, a mi parecer vuelvo a decirlo, la sensación de suspensión en el cuarteto y la de vaivén, de mecimiento, en el trío.

No me canso de escucharlas como no se han cansado el público y los intérpretes de ejecutar el cuarteto de Lavista y como, me atrevo a vaticinar, no nos cansaremos del trío de Caballero. Ninguna escucha nos dejará saciados, salvo la siguiente.

 

Nota post nota: parece que pronto habrá otra nota sobre el «Entre el eco sordo del agua» de Eduardo Caballero quien ha accedido a conversar conmigo al respecto. Ya veremos.