Ni presidenta de la Corte ni compositora

 

«¿Usted tiene un tío que no cree que una mujer pueda desempeñarse como presidenta de la Suprema Corte? Alguna de estas orquestas tiene de la misma manera un concertino que todavía cree que la música escrita por mujeres no debe ser escuchada en una sala como la Nezahualcóyotl».

 

La pregunta en ese párrafo podría ser hipotética pero la afirmación que le sigue es un llamado de alerta. El extracto es del artículo que publicó en El Heraldo de México el comentarista Iván Martínez este 31 de enero pasado.

 

Con todo y lo aberrante que suena la posibilidad de que aún haya quien piense que las mujeres no deben presidir la corte o cualquier otra cosa, acompañado de quienes sostienen con una argumentación malísima que la palabra presidenta no existe, el caso del concertino de una de las orquestas sinfónicas de la CDMX señala un acto de violencia. No una violencia de la palabra, aunque también, sino el atentado de quien ocupa entre quienes integran la orquesta, justo después de quien la dirige, el puesto de mayor influencia, el de una autoridad que se manifiesta de muchas formas. Sus opiniones tienen un peso que se aprecia en los ensayos, en el encargo que tiene su posición de marcar los movimientos de los arcos, es decir, el adecuado flujo de la música, además de la comunicación con quienes encabezan cada grupo instrumental de la orquesta. Cuando alguien toca de solista, a la entrada y salida, al comienzo y al final de su ejecución estrecha simbólicamente la mano de quien ocupa ese primer atril y, así, comunica con ese gesto a toda la orquesta una congratulación por colaborar al hacer música.

 

Así que dentro del ámbito de la orquesta un concertino que opina contra la inclusión de música de compositoras locales, es decir, mujeres vivas con las que se puede y debe interactuar y que son de esta geografía cultural, más allá de expresar alguna frase insolente y desagradable, está revelando un desprecio que, con seguridad, queda representado en la ejecución de la obra de la compositora.

 

El párrafo en el artículo que menciono merece escrutinio. ¿A cuántas mujeres en las artes, la academia, las ciencias, el comercio, la alimentación, los deportes o en cualquier otro asunto les sucede esto mismo? Que sus propuestas y trabajo, por ser de ellas, por el hecho de que no proviene de un hombre, resulta boicoteado por quien tiene en sus responsabilidades precisamente la de hacerlo posible y, no de cualquier manera, sino para resaltar lo mejor que hay en ellas en el entendimiento de que tienen potencialidades que se pueden realizar en beneficio de todas las personas involucradas. Que pudiendo y teniendo el deber de hacer eso, escoge con prejuicio y en perjuicio, reiterar que lo que venga de ellas de antemano sabe que no merece existir. Que el oficio que ellas desempeñan – y lo desempeñan, de eso no quepa ni la menor duda, a diario, sin la colaboración de quienes deberían colaborar y aún en contra de esa carga de desprecio – repito, el oficio y de hecho la persona que lo hace, no tienen razón de existir. Negar que las obras de compositoras locales deben ser ejecutadas para el público local equivale a tanto como denegar un derecho fundamental. Y en su base está un prejuicio sexista, un abuso de género.

 

Insisto en decir que esa opinión me parece un acto de violencia simbólica en su nivel verbal. Eso ya basta para que sea reprobable y atente contra los principios de existencia de las orquestas. Principios éticos expuestos con claridad y de obligatoria ejecución señalan que esas expresiones y su carga simbólica son indeseables. Es merecedora de investigación, es reprobable y reclama que se la excluya. Esa violencia simbólica no tiene cabida allí donde se está ejerciendo.

 

Y exige más. Demanda que se indague qué hay de la palabra a los hechos, qué de la carga simbólica a su ejercicio en actos. Y llama a averiguar si no es que hay más que eso. Si no es que lo ha habido desde hace mucho tiempo y quiénes más participan en producir daño allí donde se esperaría que, por el contrario, hicieran un bien dentro de una práctica artística y laboral para la que no pueden estar llamados. Porque los oficios solo los pueden desempeñar quienes pongan en práctica los parámetros éticos que les son inherentes.

 

Tiene que haber instancias de investigación con la misión y las herramientas para intervenir allí. No por nada existen unidades administrativas encargadas de promover la equidad de género y facultadas para proceder disciplinariamente, cuando menos, en tanto llega a su conocimiento la existencia de estas intolerables discriminaciones.

 

Promoción y pedagogía, sí. Desde luego. Porque tenemos mucho que aprender. Pero también acciones drásticas apegadas a normas de convivencia sana y protección de quienes han sido vulneradas. Y para la protección de la actividad sinfónica cuyo propósito esencial es mover los afectos del público para el cual existe.