OFB, Baldur Brönnimann y Freddy Romero: obras de Rossini, Koetsier y Schubert

 

Orquesta Filarmónica de Bogotá

 

Director: Baldur Brönnimann, Suiza

Solista: Freddy Romero, tuba, Colombia

 

Viernes 18 y sábado 19 de mayo de 2018, Auditorio León de Greiff

 

 

Programa

 

Gioachino Rossini (Italia, 1792 – Francia, 1868)
Obertura de la ópera El barbero de Sevilla (1816)

 

Jan Koetsier (Holanda, 1911 – Alemania, 2006)
Concertino para tuba, Op.77 (1978, rev 1982)
I. Allegro con brio
II. Romanza e scherzino
III. Rondo Bavarese

 

Intermedio

 

Franz Schubert (Austria, 1797-1828)
Sinfonía No 9 en do mayor, D. 944, La grande (1825-26)
I. Andante – Allegro, ma non troppo – Più moto
II. Andante con moto
III. Scherzo. Allegro vivace – Trio
IV. Allegro vivace

 

Notas al programa

 

El apelativo de genio frecuenta a Mozart y Beethoven. Especialmente tras su muerte y en la medida en que el intolerante y agresivo nacionalismo alemán avanzó hacia el nazismo y, peor todavía, a partir de 1933 cuando los nazis se hicieron con el poder en Alemania. Esas podrían ser razones por las que a Rossini, contemporáneo de Beethoven, no se le aplica el calificativo. Además, componía por encargo dentro de un sistema de producción de ópera dependiente de la respuesta inmediata del público lo que le distancia de quienes componían por lo que se entiende como «impulso espiritual». Rossini hizo parte de un equipo comandado por empresarios y entre quienes se contaba al libretista, los carpinteros y decoradores, los vestuaristas y músicos. El éxito de una ópera o de alguno de sus números significaba que debería volverse a usar en otra para enganchar un logro probado con uno posible. Esa fue la suerte de la obertura de su ópera El barbero de Sevilla que provenía de una anterior fracasada. Le contrataron El barbero el 15 de diciembre de 1815 y se estrenó a una semana de que Rossini cumpliera veinticuatro años, el 20 de febrero de 1816. Calculan algunos estudiosos que en realidad no debió contar con más de tres semanas para componer la obra.

El director de orquesta y compositor Jan Koetsier cimentó su carrera profesional en Alemania y mientras que 1933 fue un año de exilio para muchos por la llegada de los nazis al poder, para Koetsier implicó un acomodo a la nueva situación. Su progreso profesional estuvo marcado por un avance dentro de la burocracia musical paulatinamente dominada por el partido nacional socialista. Cuando volvió a Holanda, su país natal, se encontró con un ambiente hostil por parte de sus conciudadanos. Pero la Concertergeouw de Ámsterdam estaba regentada por el áspero y autoritario Willem Mengelberg, un director legendario quien no tuvo inconveniente en continuar al frente de la orquesta a pesar de la invasión nazi a su país. Mengelberg departió en numerosas ocasiones con sujetos como Arthur Seyss-Inquart, Gobernador General de Polonia donde se instalaron guetos y campos de exterminio y también fue Reichskommandant en Holanda, de donde se llevaron a Ana Frank para su exterminio.

Koetsier fue segundo al mando en la Concertgebouw desde 1942 a 1948, con un año de suspensión tras el fin de la guerra, mientras se aclaraba su situación, transcurrido lo cual continuó su labor. En 1950 fue nombrado director principal de la Sinfónica de Baviera, puesto que ocupó hasta 1966. Más adelante se retiró y dedicó más tiempo a la composición. Creó el concurso que lleva su nombre para promover la formación de instrumentistas de metales y escribió numerosas piezas que se han hecho parte fundamental del repertorio. En ellas sobresalen su distancia con el vanguardismo, un sonido neobarroco y la practicidad en la composición que considera las posibilidades técnicas del instrumento, sin exagerar la demanda, al lado de una orquestación discreta que no compite con el solista.

Schubert estuvo presente en el estreno de la Novena de Beethoven y esto le movió aún más a componer una gran sinfonía, proyecto que abordó en 1825 y culminó en 1826. El manuscrito de La grande, sin embargo, está incorrectamente fechado en 1828. Era veintisiete años menor que Beethoven, asistió a su entierro en 1827 y murió al año siguiente a edad más temprana que la de Mozart. No escuchó ninguna de sus propias sinfonías, numeradas habitualmente hasta la nueve a pesar de la inexistencia de la siete. La obra quedó así hasta cuando el editor alemán Simrock contrató a Robert Schumann para que viajara a Viena. Allí se encontraba el 1 de enero de 1837 cuando visitó a Ferdinand Schubert, hermano del fallecido compositor. Averiguó por manuscritos inéditos y le fascinó la dimensión y complejidad de la última sinfonía compuesta por Schubert. Volvió con ella a Alemania y logró que Mendelssohn, quien dirigía la orquesta de la Gewandhaus en Leipzig compartiera su entusiasmo. El estreno tuvo lugar el 21 de marzo de 1839 y al año siguiente se imprimió la obra, aunque con numerosos cortes y suprimiendo algunas de las repeticiones que especificaba el manuscrito.

En su versión íntegra, dependiendo de la velocidad con la que se aborde, La grande es una sinfonía que puede tomar desde unos cuarenta y cinco hasta más de cincuenta y cinco minutos. Obras como esta estimularon a Schumann a proseguir el camino de la composición sinfónica y sirvieron de modelo para las sinfonías de Brahms y Bruckner. Estos tres compositores, junto con Wagner y Beethoven estuvieron en la lista de los promovidos por los nazis. Por el contrario, Mendelssohn fue proscrito y Schubert no gozó de favor, incluso se pensó que tenía poca utilidad para el nacionalsocialismo o que podía haber sido proclive al judaísmo.

Esta sinfonía en do mayor, llamada La grande para distinguirla de su anterior sinfonía en la misma tonalidad, es otra muestra de la inagotable inventiva melódica de Schubert. Al contrario de Beethoven, quien no era un gran melodista pero fue capaz de desenvolver todas sus sinfonías a partir de un escaso número de motivos musicales y de convertir este procedimiento en el modelo de la sinfonía del siglo XIX, Schubert presenta numerosas trazas melódicas. Así, el tema de introducción del primer movimiento regresa en el último, sin descartar hasta seis materiales melódicos en este movimiento final y, casi a punto de terminar, hace un homenaje a Beethoven al citar abruptamente un aparte brevísimo de la Oda a la alegría de su Novena.

 

Las notas realizadas por Ricardo Rozental para los programas de mano se elaboran por solicitud de la Orquesta Filarmónica de Bogotá a quien pertenecen la totalidad de los derechos patrimoniales: www.filarmonicabogota.gov.co