OFB, Ligia Amadio y Shlomo Mintz: obras de Borda, Strauss y Elgar

 

 

 

Orquesta Filarmónica de Bogotá

Directora: Ligia Amadio, Brasil

Solista: Shlomo Mintz, violín, Israel

 

Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo

Viernes 6 de junio de 2014, 20:00

 

 

Germán Borda Camacho (Colombia, 1935)

6 Microestructuras (1973?)

 

Richard Strauss (Alemania, 1864 – 1949)

Tod und Verklärung (Muerte y transfiguración), poema sinfónico op.24 (1889)

 

Edward Elgar (Inglaterra, 1857 – 1934)

Concierto para violín y orquesta, en si menor, op.61 (1909 – 10)

 

Notas al programa

La breve obra del compositor y escritor bogotano Germán Borda merece la mayor atención por parte de sus oyentes, pues en muy poco tiempo y con gran economía de notas y recursos musicales, se concentra en unos pocos, pero destacados elementos de composición. Vale la pena recordar que desde los días de Haydn y los hijos de Bach, la construcción de relaciones entre la tonalidad dominante en una obra y su estructura formal, constituyeron la base sobre la que se ordenó la composición con tradición académica europea. Pero hacia finales del siglo XIX y comienzo del XX, compositores como Liszt, Wagner y Strauss en Alemania y, más aun, Mahler, Webern, Berg y Schoenberg, en Austria, llevaron hasta el límite lo que podía hacerse en el ámbito de esa tonalidad clásica. Estos compositores no solo agotaron los recursos de la relación estrutura/tonalidad, sino que consiguieron, especialmente los últimos tres, proponer unos sistemas novedosos de estructuración. Esto apuntó a la búsqueda de una mayor libertad para la expresión personal y a desembarazarse de la reiteración en medio de una cultura europea en crisis.

Finalizada la II Guerra, Viena quedó como una ciudad vencida, con un pasado reciente atroz, signado por los horrores que permitió o promovió. De Viena huyeron con vida algunos intelectuales como Freud o Schoenberg. La lista de los que perecieron es demasiado larga. Austria quedó partida en territorios administrados por los ejércitos vencedores, que se fueron retirando tras el proceso de desnazificación. Viena fue, hasta los años 1980, un polo de atracción para quienes huyeron de la Cortina de Hierro hacia occidente. Ese fue el caso de György Ligeti quien encontró en Viena un lugar para ponerse al día con la música del momento y a la vez, renovar el ambiente local a través de su obra. Pero ni en Austria ni en Alemania, la desnazificación logró un total proceso de captura y juzgamiento de todos quienes habían colaborado en la construcción del aparato nazi. Richard Strauss, a pesar de su avanzada edad, podría haber sufrido las consecuencias de ese proceso de purga. Su ambigua situación frente a la burocracia nazi, por una parte, y la defensa, a veces tibia y en ocasiones valerosa de algunos judíos que se relacionaban con su oficio de compositor y director de orquesta, apenas alcanzaron para librarlo de las sanciones que, con más rigor sufrió el director Furtwängler, antecesor de Karajan en la Filarmónica de Berlín. El compositor austríaco, Alfred Uhl, pasó por la guerra llamado a filas y ocupó un cargo administrativo al frente de un campo de prisioneros franceses entre 1940-42. Terminada la guerra, pudo volver a la composición en Viena y a la enseñanza. Nuestro maestro Germán Borda fue discípulo de Uhl en Viena y sometió una obra suya a la consideración de un jurado entre quienes se encontraba Ligeti. Seguramente en Uhl, encontró Borda un estímulo a sus propias inquietudes cercanas al serialismo de Schoenberg y posteriormente, a la búsqueda de la creación de mínimas estructuras musicales justificadas, como en el caso de la presente obra, en una propuesta y exploración de timbres instrumentales en directa relación con la duración de las notas.

Los méritos del compositor Richard Strauss quedaron establecidos a temprana edad y especialmente con sus obras para orquesta llamadas poemas sinfónicos. Estos le facilitaron la composición de un motivo musical que traduce la situación o el personaje extramusical a la composición. Ese motivo sirve para establecer un centro tonal, un patrón rítmico, un foco de interés que recurre durante la obra con transformaciones como las que acontecen al personaje elegido. Para el caso de su Muerte y transfiguración, Strauss dejó originalmente un detallado programa de acontecimientos que el público podía consultar para identificar momentos musicales con las situaciones descritas en el programa. Para ser más claro, Strauss solicitó al poeta Alexander Ritter que sobre esta base escribiera un poema siguiendo las ideas del compositor y la música, que ya estaba terminada.

Strauss imaginó a un artista tendido en su lecho de muerte aquejado por dolores agónicos mientras rememora su juventud y su idealismo irrealizado. Al morir, su alma consigue la transfiguración, es decir, el abandono de la forma mortal pasajera para llegar a la verdadera esencia que revela el alma. La forma sonata a duras penas aparece sugerida en esta obra en un solo movimiento, entre la introducción en tiempo lento, el allegro sinfónico y el epílogo.

Edward Elgar llegó a ser el compositor más importante del Reino Unido y es, seguramente, el más conocido y popular de los compositores clásicos allí. Basta mencionar que los conciertos de verano de la BBC que se conocen con el nombre de Proms, a los que asisten miles de personas cada año, se cierran con una obra de Elgar. Para llegar a este punto, el compositor superó las limitaciones sociales de ser el hijo de un afinador de pianos y de la hija de un trabajador agrícola. El compositor nació en un pueblo pequeño, lejos de Londres, y fue un devoto católico en medio de una comunidad protestante. Llegó a obtener, gracias a su oficio de compositor, dos distinciones, cualquiera de ellas suficiente para ganarse el título de Sir: la Orden del Mérito, limitada a un cierto número de individuos, y la Orden de la Reina Victoria, un título con transmisión hereditaria. El compositor superó la discriminación social y logró que su música se ejecutara en el continente europeo, en Norteamérica y en los territorios del vasto imperio británico, algo que no ocurría desde el siglo XVII.

El gran Richard Strauss, en su momento tal vez el más reconocido director y compositor de toda Europa, dirigió en el continente europeo obras de Elgar.  Estando en Londres como director, tras ejecutar una pieza del inglés, le ofreció un brindis reconociéndole haber sacado la música inglesa de su estancamiento y lo llamó un progresista de la composición.

El concierto para violín de Elgar, la obra cumbre de su producción de madurez a sus 50 años de edad, fue la última y más destacada de sus grandes composiciones. De inmediato se inscribió en el repertorio de obras para solista. Tiene un estilo que es poco o nada inglés y en cambio, sigue la línea de los conciertos de Mendelssohn, Brahms y Tchaikovsky. Se dirige al público con sonidos que son próximos a los de las obras de Dvorak, contemporáneo del británico.

 

Las notas realizadas por Ricardo Rozental para los programas de mano se elaboran por solicitud del Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo a quien pertenecen la totalidad de los derechos patrimoniales: www.teatromayor.org